martes, 11 de febrero de 2014

El frío del invierno.

Han pasado ya catorce años  desde que vine a vivir a mi  granja.
Los inviernos se hacen largos y duros y hay mañanas como las de hoy, en las que perezosos ni siquiera mis animales se quieren despertar; acurrucados, hechos un ovillo, permanecen acostados esperando que entre un poco el calor del día. Yo sin embargo me encuentro a gusto, el ajetreo de ir de un sitio a otro preparando comidas y organizando el día, me ayuda a entrar en calor. En días como este en el  que no se oye ni un alma ,me encanta romper el silencio del corral saludando mientras grito todo lo fuerte que puedo, los nombres de todos ellos.
Esta mañana la niebla borra el paisaje.Apenas me sale al paso algún pajarillo. Solo las tórtolas que escondidas del acecho del milano entre las ramas de la encina, salen volando sorprendidas, al ver mi figura salir de entre las sombras.
Ahora que todo el paisaje que me rodea está envuelto en tonos aviejados; grises,pardos,marrones. Ahora que todo parece estar dormido, sin vida y  estático,paso de cerca en mi rutinaria tarea por el bosquecillo de olmos, donde la humedad se concentra a causa de la maraña que se forma entre las ramas caídas de los viejos olmos, que son atacados por la grafiosis;una enfermedad  que en cuanto adquieren un poco de porte los seca, las zarzas que intentan trepar por ellos y la maleza que crece amontonada en los  pequeños espacios donde logra atravesar la luz y descubro asombrada,  fuertemente abrazados en la corteza de los árboles,  a los líquenes con sus llamativos colores;amarillos, anaranjados y  ocres y a los aterciopelados o estrellados musgos que valientes, se enfrentan de cara al frío viento del norte y este descubrimiento tan lleno de vida, me hace sentir grandiosa y privilegiada, cómplice de tanta belleza y plenitud y pienso muy para mis adentros ¡ qué suerte tengo !
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